martes, 15 de septiembre de 2015

Cuando se acaben los Mangos. Cap 1.

Era temprano por la mañana, Carlitos y su madre salieron a recoger varios de los mangos que se veían maduros y frescos, colgando gordos, jugosos y coloridos. La madre, Adelaida, cargaba con una cesta especial que ella misma había hecho, consistía de una red de rattan bastante flexible y un borde firme con asas grandes para poder sostenerla fuerte.

Adelaida era una mujer afortunada, porque su hijo, si bien no era un as en los estudios, era un lanzador de piedras nato. A Carlitos los conocían en el vecindario como "el que no pela uno", puesto que quienes salían junto al niño y la señora, tenían asegurado regresar a casa bien cargaditos de aquel fruto dorado. La pequeña calle en la que vivían era un lugar común, vecinalmente pacífico, dónde cada domingo se daba la magia del hermosos bazaar del callejón, donde varios vendedores instalaban unos puestitos, simples pero hermosos, de los cuales se desprendía un olor muy sabroso a comida frita y frutas frescas. Pero el espectáculo del mercado era Francisca, una mujer alta, corpulenta, hermosa, de ojos negros como el carbón y el cabello pintado de bronze firme. Lo que más enamoraba no era su físico, sino la preciosa actitud. Bonachona hasta la médula, siempre con una sonrisa en el rostro, además de que las empanadas de casón que preparaban eran para morirse. Francisca era originaria de la isla de Nueva Esparta, pero se puso a pisar tierra firme tratando de probar suerte en los puertos y la capital.

La calle donde este micromundo se movía, era una calle en la parte más perdida del Cafetal, llamada popularmente "Pie Flojo" porque con todas las conchas de mango regadas por el suelo, no era difícil dar un paso en falso y resbalarse. Carlitos y Adelaida vivían en el segundo piso de un modesto edificio llamado "Residencias Esperanza", el cual se erguía en la calle como una obra arquitectónica simple pero orgullosa, pintada de blanco con un lindo parque de juegos en el jardín frontal, así como una bonita reja verde que tenía soldado en letras doradas el nombre de la edificación. Las residencias, llenas de vecinos interesantes, era el lugar perfecto para aquel muchaho y la madre, el padre, había sido transferido a trabajar en una excitosa refinería en el interior, pero luego de un desgraciado accidente, el pequeño Carlitos tuvo que pasar por una perdida difícil, igual para la queridísima Adelaida, la cual amaba mucho a su esposo, el señor Fernando. Sin embargo, la situación no los destrozó y siguieron trabajando duro para salir adelante.

Carlitos asistía a una escuela cerca en el Cafetal, a donde podía llegar por su cuenta en autobus o corriendo, las clases que impartían eran buenas, aunque el pequeño siempre tenía la mente en la copa de los arboles, aún así se las apañaba bien para sacar adelante sus notas. En el colegio crecían varios arboles de mango y Carlitos se lucía frente a sus amigos y la chica que le gustaba, bajando la merienda de todo el mundo. Para mantener ese ritmo, Adelaida trabajaba duro como enfermera en el ambulatorio de la cuadra, llegaba muy cansada a casa, pero los fines de semana con su hijo y el mercado la hacían sentir como nueva.

Cierta mañana, Carlitos se despertó con apuro, pues era domingo, y quería zamparse una de las empanadas de Francisca, justo al bajar corriendo las escaleras del edificio, lo pilló el viejo señor Azpuruas, un hombre de edad que vivía en el cuarto y último piso del edificio. Carlitos estaba que se orinaba encima, pero el viejo señor solo lo miró con una sonrisa y le dió cincuenta bolívares para que le trajera cinco empanadas de Francisca. El muchacho le asintió con la cabeza y salió corriendo calle abajo, mientrás se iba, escuchó al viejo Azpuruas, maldiciendo que las empanadas estaban carísimas, que ya no era como antes.

Llegó rápido, pero aún así, la cola para las empanadas era enorme, ¡Los muchachos de Francisca estaban abarrotados antendiendo a todos cuanto podían! Viendo la multitud, Carlitos perdió las esperanzas, pero Francisca lo llamó por un lado preguntándole "¡¿Cuantas son chamito?! ¡Dime rápido!" algo preocupada que las demás personas se dieran cuenta. El niño respondió rápido y pidió doce empanadas, porque siete eran para la casa y luego estaban las cinco del señor Azpururas. La mujer se quedó perpleja, pero agarró rápido y en un santiamén estaba Carlitos cargando la bolsa llena de empanadas de casón, olían fuerte y sabroso, como cuando nos dan una buena noticia por la mañana. Al regresar al edificio, pasó primero por el piso del anciano, para entregarle su encargo, el señor lo recibió con una sonrisa, y cándidamente le dio las gracias, luego Carlitos regresó a su apartamento para dejar tres empanadas en un plato tapadas con un trapito de cocina, esas serían para su mamá cuando despertara, y por último, salió raudo a la calle para disfrutar con los otros niños de las distracciones que podrían encontrar aquel domingo. Carlitos pensaba cuan bien la pasaría, mientras se devoraba una de las exquisitas empanadas.

1 comentario:

  1. pendiente:
    "los" conocían = lo
    "vecinalmente" pacífico = vecindario
    "bazaar" del callejón = bazar
    me gusta, esperare el siguiente capitulo...

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