martes, 20 de octubre de 2015

Deus Ex Machina




Proslogion

Siempre sufrimos en algún momento el acoso de terribles dudas con respecto al mundo que ninguno de nosotros ha escogido. La manera en la que funciona, los intentos infantiles de nuestra razón por comprender la magna realidad.

Estas dudas florecen hermosas, sobre todo durante la adolescencia, pues es el terreno propicio, arado por la incertidumbre del futuro y la expectativa. Eliot Sibellin, a penas con doce años, comenzando su pubertad no pudo evitar ser presa de estas terribles y a la vez maravillosas cavilaciones. Lo único que lo mantenía lejos de tales problemáticas eran sus dos cosas más preciadas de la vida, sus más cercanos amigos y las horas de extenuantes partidos de football. Disfrutaba con enorme júbilo cuando ambas condiciones convergían en un solo punto y se complementaban de manera armoniosa, haciendo que se olvidase de todos los problemas y preocupaciones.

El ritmo de respiración, el ángulo del balón, la posición de los aliados y los contrincantes, la fricción del terreno con el material de la bola, la iluminación, el volumen, las distancias, la química entre los jugadores. Todo eso cruzaba por su mente durante el juego, convirtiendo a Eliot en un jugador impoluto, sin duda hubiese tenido un brillante futuro como deportista. Si somos honestos, pudiese haber disfrutado de un brillante futuro en lo que quisiera.
Eliot era un muchacho brillante, de muy altas notas, el mejor de su clase, con una muy buena relación con sus padres, también con sus compañeros, no era el señor de los amigos, sin embargo sabía como manejarse correctamente entre la gente. Su condición económica era favorable, un abuelo que había trabajado duro y le había dejado una generosa herencia a su hijo y sus nietos, a los cuales no tuvo la suerte de ver nacer. Un padre emprendedor dueño de una empresa de dispositivos electrónicos de seguridad y una madre generosa, organizada y trabajadora, que se enfocaba en sacarle el mayor provecho a su trabajo como psicóloga de una empresa textil del pueblo en el que vivían. 

El pueblo donde yacía esta semilla del hijo pródigo era un pequeño pueblito apartado en el desierto de Nevada, si bien los veranos eran insufribles, la vida en la pequeña urbe de Grandlore era próspera y apacible. Su familia se divertía en las vacaciones pasando semanas en Las Vegas o viajando al estado de Florida, pues unos tíos de Eliot tenían una casa en Tallahassee. Para el chico todo era ambrosía y por eso mismo no lo agobiaba tanto el tener esas dudas profundas y obscuras que se abren como un abismo ante los transeúntes de la vida…
Sin embargo, fue en unas vacaciones de verano que decidieron quedarse en Grandlore para ahorrar y hacer una remodelación a la casa que toda la vida de Eliot cambió, en cuestión de semanas le arrancaron hasta lo más mínimo de su ser, rasgaron su alma hasta el fondo, tiñeron de rojo sangre todos sus ropajes y casi logran hacer desaparecer su identidad, intentando que olvidase el mundo y su nombre, sus nombres, los diez mil nombres del mundo.

Todo cobró una atmósfera de misterio cuando aparecieron los nuevos vecinos, una familia de porte siniestro, pero sin duda con clase. Un hombre alto con una camisa remangada de color vino tinto entró por la puerta de la casa de la lado seguido de una mujer esbelta de cabello rubio ceñida en traje de seda negro. Ambos tenían la tez pálida y eran sobre naturalmente atractivos, caminaban con la cabeza erguida y sacando el pecho, como si demostrasen que caminaban por encima de los demás. Al poco rato que desaparecieron los adultos se estacionó en la casa un elegantísimo Audi negro que brillaba como una Onix recién pulida. De la puerta del conductor salió un joven apuesto, de cabello corto y rubio, con lentes polarizados, unos vaqueros, chaqueta de cuero negra y camiseta blanca, caminó hasta la puerta pisando firme con unos Converse del mejor estilo. Se detuvo en la puerta y miró de nuevo al auto. Gritó un fuerte “hey” e inmediatamente salió de la puerta trasera un niño diríase de la misma edad de Eliot. De piel blanca como el marfil y cabello negro como el ébano. Su estatura era baja, pero tenía el porte de todo un señor, bien daba un terrible aire de intimidación mientras se dirigía casi que en automático a donde estaba el muchacho de la chaqueta. El alto debía de ser el hermano, los dos jóvenes solo le dieron una mirada fría e indiferente a Eliot, cosa que lo hizo estremecerse de pies a cabeza, luego de eso, ambos esperpentos desaparecieron detrás de la puerta de la casa, cerrando con un portazo aquella mazmorra de los nuevos vecinos. Mas la situación iba de mal en peor, pues su madre tenía la insana costumbre de hacer regalos bonitos por los nuevos vecinos, así como ir a visitarlos (la familia entera) para conocerse y entablar relaciones mucho más amistosas.

Los nuevos en el vecindario eran la familia Ghoulswarm, venidos desde Inglaterra, la madre de Eliot quedó maravillada pues parecían una familia perfecta.
La casa era toda pulcritud, vestidos elegantemente sin importar la ocasión, rostros y cuerpos dignos de admiración así como lujosos modales de misterio. Tenían la mesa ya preparada para un cena, cuando la sorprendida madre de Eliot preguntó a que venía tanta maravilla, la mujer de la casa respondió que habían investigado un poco antes de mudarse y sabían que la gente del país tenía esta costumbre, por lo tanto se habían preparado para recibirlos de la mejor manera como un gesto de agradecimiento hacia la consideración de sus vecinos. Ese gesto superaba todos los niveles de perfección, Eliot no hacía más que sospechar, no le agradaban nada, no sabía por qué razón, solo les disgustaban, en especial el menor de todos.
El grupo completo se sentó a la mesa, la mujer presentó a cada uno de los miembros de la nueva familia. Ella era Morganna, y su esposo Asthon, su hijo mayor Frank y su hijo menor Belphon. Todos habían vivido en Inglaterra, Liverpool, en un pequeño pueblo campestre, pero decidieron mudarse por las oportunidades de un mejor trabajo. La excusa perfecta. Durante la cena se pusieron a prueba los modales y la etiqueta de la familia Sibellin, pues si no podían igualar la elegancia al comer de sus anfitriones quedarían en ridículo. La mamá de Eliot lo regañó por estar mirando feo al menor de los Ghoulswarm, a lo que el pequeño solo respondió que no era cierto, aun así siguió mirando al otro infante con una mirada de incomodidad. Al final, Eliot decidió romper el hielo y le preguntó a Belphon:

-¿Te gusta el Capitán Eón?- a lo que el joven intrigado respondió.

-No se… ¿Qué es eso?-

-¡¿No sabes quién es el Capitán?!- preguntó alarmado Eliot al saber que el chico no conocía al más importante héroe de todos. –El Capitán Eón es súper fuerte y puede volar y ¡Su mejor poder es cuando absorbe la energía que el mundo le brinda para lanzar un láser y acabar con los villanos!- dijo entusiasmado el pequeño.

-¡Woooow! ¿En serio hace todo eso?- preguntó asombrado Belphon.

-¡Todo eso y más! ¿El lunes luego del colegio quieres venir a mi casa a jugar?- Las sospechas se le habían ido, una vez más el Capitán Eón salvaba el día… o casi.

Los meses pasaron, la familia Sibellin se había acostumbrado a sus nuevos vecinos y la presencia del hijo menor de estos en su casa, pusieron al pequeño a estudiar en la misma primaria que Eliot así que se veían muy a menudo. Pero algo raro seguía presente, luego del encuentro en casa de los Ghoulswarm la alegría contundente de la madre de Eliot no era la misma, ella se sentía como cansada más a menudo, como sin ganas de hacer nada, pero hacía su mejor esfuerzo por seguir sonriendo cándida y feliz de cuidar a su familia. A pesar de que Eliot pasaba mucho tiempo con Belphon, nunca parecieron hacerse amigos cercanos, pues como cualquier niño pequeño, sentía celos. Belphon lo superaba en todo, calificaciones, habilidades deportivas, disciplina, incluso conocimientos, a menos de que se tratase del Capitán Eón, lo que más le causó impacto a Eliot fue que las veces que invitó a su amigo a jugar el videojuego del Capitán en su casa, ganó las primeras tres partidas, pero luego, Belphon lo superó casi inmediatamente, las habilidades de juego era impresionantes para un chico de 13 años.
Con los días la condición de la madre de Eliot fue empeorando, cada vez sonreía menos, se sentía abrumada y deprimida hasta el punto en el que cayó enferma, el estrés de tener a su esposa en cama, las responsabilidades de la casa y la empresa solo hacían que la paciencia del padre de Eliot fuese cada vez más escaza. La vida del joven solo fue empeorando, sus notas descendieron debido a la depresión, así como su condición física, justo en la etapa de crecimiento, las cenas con el papá eran silenciosas pues reinaba la ansiedad, además la constante perfección de Belphon no ayudaba en lo más mínimo, Eliot comenzó a padecer de pesadillas en las que vagaba cubierto de sangre por un pueblo destrozado, y sobre el cielo se cernía un enorme, lento y perezoso eclipse, que parecía no acabar nunca, entonces el se detenía en la entrada de su casa y al abrirse la puerta caía en un enorme abismo. Este mismo sueño acosó a Eliot noche tras noche, hasta que el día del juicio, por fin llegó.

Las clases habían comenzado aburridas como siempre, la profesora no dejaba de parlotear una y otra vez sobre ecuaciones, saturado Eliot miró hacia la ventana y podía ver como una nube de tormenta se cernía sobre el pueblo entero, solo pudo pensar que lo que venía era un terrible llovizna. Durante el almuerzo se escuchaban comentarios lúgubres sobre huracanes y casas destrozadas, mezclados con femeninos gritos marcados por el compás de los truenos, nuestro joven pensaba que una lluvia torrencial sería lo mejor para refrescar un poco todo lo sucedido estos últimos meses infernales, pero lo anterior a ese día, solo era la calma…
Al regresar al salón la profesora retomó materia sobre elementos de la literatura, “un tema interesante a discutir si tu público no fuesen niños de trece” pensó cínicamente Eliot. Las chicas seguían con sus comentarios de devastación y los chicos no paraban de gritar apostando quién lograba ver un relámpago, la profesora comenzó a alzar la voz con el fin de callarlos y el salón se volvió un escándalo, todo el ruido sacó de quicio a Eliot y justo cuando se dispuso dar un grito a manera de ultimátum, se oyó un enorme estruendo, como si un relámpago hubiese impactado directamente contra el edificio. Todo se hizo silencio y la gente comenzó a preocuparse. La profesora les dijo que mantuviesen la calma, que ella iría a revisar. La mujer salió por la puerta y varios chicos se asomaron detrás de ella, mas no salieron del salón, la vieron subir las escaleras, pues el impacto pareció provenir del piso de arriba. Al poco rato la mujer volvió, con una horrible expresión en su rostro, parecía haber contemplado la escena más horripilante. De pronto, todo se llenó de una atmósfera de terror para todo el mundo, la profesora solo les dijo que con calma y sin hacer escándalo se retiraran a sus hogares, que por favor no preguntasen que sucedía, en la medida en que los alumnos iban desalojando el salón Eliot comenzó a hacer recuento de lo sucedido, justo entonces se escucharon las gotas de lluvia contra la ventana, era gotas del tamaño de un pulgar de adulto y fue allí cuando se dio cuenta de que Belphon no estaba en el salón ¿Había desalojado primero? No, él era de los de más atrás en el salón, ¿Era una clase dividida? ¡En que estaba pensando si era clase de literatura! ¡Belphon nunca estuvo en el salón! ¡Había faltado ese día!
Eliot tomó rápido sus cosas y se dispuso a andar a paso veloz por los pasillos. La nube se había vuelto más densa y creaba sombras profundas que parecían arremolinarse en cada cruce al final. Se volvió a escuchar otro estruendo, esta vez más cerca. Ya no había nadie que detuviese a Eliot, así que corrió para ver que sucedía, pero al llegar a lugar de los hechos, no fue para nada grata su sorpresa, pues pudo ver diversos cadáveres, todos desperdigados en el suelo del salón C-3, dando espasmos en los charcos de sangre, como si todavía tuviesen impulsos eléctricos en su cuerpo. La imagen casi lo hizo vomitar y comenzó a correr para salir del colegio. Lo agarró la tormenta, golpeándolo fuerte en la cara, oyó otros estruendos y se volteó, vio desde lejos, varios destellos en las ventanas de la escuela, el miedo lo invadió… ¿Acaso él fue el único que salió de la escuela? ¡¿Qué demonios sucedía?!
Siguió corriendo rumbo a su hogar y casi se reconforta al ver una larga fila de patrullas de policía, se sentía aliviado de que alguien respondieran tan rápido ante el caos, pero perdió esa esperanza cuando vio como una patrulla se estacionaba frente a una casa, los policías derribaban la puerta y luego de entrar solo se oían disparos. Mientras seguía corriendo, casa tras casa era el mismo escenario, una patrulla se detenía, tumbaban la puerta y masacraban a todos los que estaban adentro. La lluvia se hacía más reacia mientras corría y al voltear atrás parecía como si una enorme sombra le estuviese pisando los talones, pues detrás de él la nube negra solo se hacía más densa. Al ver su casa en la distancia maldijo que su pueblo quedase en la desgraciada mitad de la nada y que ningún ser vivo en kilómetros se fuese a enterar de lo que sucedía. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras se acercaba a la puerta de su hogar, esto le resultaba extrañamente familiar y a la vez completamente trastornado, que se diera una masacre en un pueblo pequeño en medio de la nada, con una inmensa nube negra dejando caer gotas de malos augurios, ahogando los gritos desesperados y los disparos inclementes, todo era demasiado… perfecto… allí se dio cuenta de toda la desgracia, se puso a hacer recuento de nuevo, ¿Cuál era la ocupación de la madre de Belphon? Era Bióloga ¿No? Especializada en cánceres y enfermedades a nivel celular, como la de su madre… Imposible… El padre… ¿En qué trabajaba el padre? Era investigador y abogado en materia penal, recientemente había recibido un cargo importante… en la policía del pueblo… No era cierto… ¿A qué se dedicaba el hermano? Estaba estudiando algo científico, ¿Para qué? No lo recordaba… Solo podía recuperar una memoria que colocaba al universitario sentado leyendo un libro sobre Tesla y el poder de la electricidad… tenía que ser mentira, no era posible, simplemente no podía ser, para que tanto absurdo tuviese lugar tenía que haber algo sobrenatural detrás de todo ello, pero ellos eran una familia cualquiera, no, ¿Cuándo comenzó a pensar así? Al entablar relación cercana con el niño, ellos no eran normales, ¿Qué había sucedido que le diese tanta pereza de sospechar e investigar?
Eliot alcanzó la puerta de su casa, a toda prisa, se dispuso a abrirla, un fuerte grito llamando a su madre salía de su garganta cuando de pronto sitió un poderoso golpe en la nuca, perdió el equilibrio y mientras sostenía el pomo de la puerta entreabierta solo podía verse caer en un enorme abismo negro.
Le dolía con fuerza la cabeza, además comenzaba a sentir un calor abrazador, así como los impactos de gotas de agua sobre su piel, seguía lloviendo, pero hacía un calor insufrible, incluso el agua ardía al contacto.
Poco a poco Eliot fue recobrando el conocimiento, distinguió unas gradas, varias porterías apiladas a un lado, aros de básquet… estaba en el gimnasio de la escuela, allí se activaron sus instintos, sus recuerdos no lo recapitulaban en un final en el gimnasio ¿Cómo había llegado allí? Pensaba angustiado sobre las condiciones en las que se encontraba mientras su vista se aclaraba poco a poco, hasta divisar una pila de cuerpos ensangrentados, unos sobre otros como una pira en el centro de la cancha. Él estaba amarrado a la base de uno de los aros, posicionado para tener la mejor vista, de los cadáveres de sus compañeros y profesores, comenzó a notar otras cosas extrañas, como el hecho de que el lugar estaba completamente derruido, como si el tiempo lo hubiese devorado, todos los metales oxidados y rotos, los vidrios hechos añicos y todos los balones desinflados o destruidos. Se dio cuenta de todos esos detalles, así como de las cuatro personas que yacían de pie sobre la pila de cuerpos. Sus nervios se paralizaron, la sangre corría en violentos torrentes por su cuerpo, quería correr, quería matar, quería llorar, pero sobre todo, quería vivir, porque su cuerpo se lo decía, estaba en una situación contra la espada y la pared. Uno de los individuos utilizó uno de los cuerpos para deslizarse sobre las demás masas de carne inertes, hasta llegar a donde estaba Eliot, era una criatura de estatura baja, con facciones únicas, la tez casi gris y el pelo negro como el ébano, pero los ojos eran lo más intrigante y lo más siniestro eran esos ojos dorados, la mezcla intensa entre verde y ámbar.

-Hola… ¡Bienvenido al infierno! ¡Soy Belphegor, el príncipe de la pereza! Pero puedes llamarme… Belphon… si te apetece…- Fue lo único que dijo.

Eliot estaba atónito, pero en una parte de él se sentía como si todo el tiempo lo hubiese sabido, las lágrimas le corrían raudas por las mejillas, mientras el demoníaco niño se le acercaba, Eliot miraba para todas partes preguntándose por sus padres, estaba a decidido a no decir nada, porque sabía que al hacerlo solo estimularía a esos horrendos seres a llegar más lejos.

-¿Te preguntas por tus padres…?- inquirió el demonio. –Pueden traerlos, será más divertido si los ponemos de nervios un poco- ordenó súbitamente.

Al momento, otro demonio alto de una contextura física envidiable, con la piel negra como el carbón, cuernos curvos que medían como un metro y los ojos llameantes como brasas trajo arrastrada a la madre de Eliot por las greñas y la colocó frente a él, luego busco al padre, a quien arrojó desde donde estaba hasta que quedó frente a su hijo.

-Eliot, por favor escucha… todo estará bien… sin importar que nos pase, solo haz lo que digan, te quieren vivo de eso estoy segura…- dijo la madre con voz temblorosa, debilitada por el padecer de su enfermedad. El padre solo se arrastró como pudo hasta quedar de rodillas frente a su hijo, protegiéndolo con su cuerpo como una muralla.

-¡Asquerosa mujer enferma y harapienta! ¡Astaroth! ¡Ponla en su sitio!- ordeno Belphegor luego de lo dicho por la madre atemorizada.

Eliot no podía ver por la presencia de su padre, pero podía escuchar a perfección las suplicas de piedad y los gritos de dolor de su progenitora, mientras que la bestia negra y gigante, le daba patadas yaciendo ella indefensa en el suelo.

-¡Papá! ¡Haz algo!- le gritaba Eliot con fuerza, aterrorizado por la escena pero luego al contemplar el rostro de su padre, pudo verlo lleno de tristeza, conteniendo los lamentos y las lágrimas como podía.

Eliot miró hacia todos lados para ver que podía hacer y entonces se dio cuenta que los brazos de su padre estaban rotos y en posiciones imposibles, pero no estaban más rotos que su amor y su orgullo.
Entonces, fue allí cuando algo despertó dentro de Eliot, un odio inconmensurable que ardía como caldera dentro de él y lo hizo gritar con fuerza, cada vez más fuerte, haciendo que el suelo se sacudiese.

-¡Ja! ¡Las Morias tenían razón! Este chico es único y especial ¡Eso así! ¡Odia! ¡Desprecia! ¡Maldícenos hoy y siempre! ¡Maldice a Dios que dejo que esto sucediese! ¡Maldice tu destino que te trajo a ciegas aquí!- gritaba Belphegor con una sonrisa de oreja a oreja.

Justo cuando todo se hacía crítico y Eliot sentía que el calor de ese mismo infierno no era nada comparado con su fuego interno, sintió rozarle la piel una brisa silenciosa, grácil y que dejaba una sensación de ansiedad.
De pronto todo se hizo silencio, la lluvia dejó de caer, la temperatura ya no se elevaba, ni decaía, estaba quieta, las voces no se escuchaban y fue allí que un viento raudo atravesó el destrozado recinto en un segundo, luego de ello, la mitad superior del gimnasio y algunos cuerpos que estaban en la sima de los apilados volaron lejos dejando el lugar sin techo, separados por un corte longitudinal, limpio y perfecto. La lluvia volvió a caer y el sonido regresó, solo que ahora había una enorme sombra lúgubre detrás de Eliot.

-Maldita sea ¡Un dios!- gritó Belphegor. -¡No se lo van a llevar! ¡Estamos muy cerca!- anunció con todo pulmón a la deidad que había irrumpido en el recinto.

La bestia estuvo a centímetros de lo que parecía la cabeza de la enorme sombra cuando con una inmensa guadaña casi corta a Belphegor en dos. El demonio respondió rápido y se apartó, pero la camisa que llevaba puesta, la del uniforme de la academia de Eliot, se había vuelto añicos con un enorme rasgón que la cruzaba entera diagonalmente. El joven volteó para contemplar con ojos atemorizados al dios que parecía haber venido a ayudarlos. La gigantesca sombra se abalanzó sobre Belphegor y el otro demonio que lo acompañaba, lanzándoles cortes a diestra y siniestra, parecía sin dirección pero todos pasaban muy cerca de la yugular o de las arterias renales.

-¡Los desprecio! ¡No te creas con mucha suerte criatura maldita! ¡Este es solo es el comienzo de un sueño, que se convertirá en la más grande pesadilla!- gritó la bestia antes de salir volando lejos con el otro demonio y los otros dos miembros de aquella infernal familia.

Eliot, solo contemplaba atónito la escena, pero ya comenzaba a pegarle la baja de adrenalina, la cabeza le daba vueltas, el calor lo abrumaba, tenía una sed terrible, y los recuerdos esporádicos de todo lo sucedido solo lo confundían y aterrorizaban como diciéndole a su cerebro que se apagase. En sus últimos momentos de consciencia solo pudo oír unas leves palabras “No… desfa…cas…” fue todo lo que escuchó y luego sintió un líquido colarse por su garganta. Fue allí que Eliot…

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