Proslogion
Siempre sufrimos en algún momento el acoso de
terribles dudas con respecto al mundo que ninguno de nosotros ha escogido. La
manera en la que funciona, los intentos infantiles de nuestra razón por
comprender la magna realidad.
Estas dudas florecen hermosas, sobre todo
durante la adolescencia, pues es el terreno propicio, arado por la
incertidumbre del futuro y la expectativa. Eliot Sibellin, a penas con doce
años, comenzando su pubertad no pudo evitar ser presa de estas terribles y a la
vez maravillosas cavilaciones. Lo único que lo mantenía lejos de tales
problemáticas eran sus dos cosas más preciadas de la vida, sus más cercanos
amigos y las horas de extenuantes partidos de football. Disfrutaba con enorme
júbilo cuando ambas condiciones convergían en un solo punto y se complementaban
de manera armoniosa, haciendo que se olvidase de todos los problemas y
preocupaciones.
El ritmo de respiración, el ángulo del balón,
la posición de los aliados y los contrincantes, la fricción del terreno con el
material de la bola, la iluminación, el volumen, las distancias, la química
entre los jugadores. Todo eso cruzaba por su mente durante el juego,
convirtiendo a Eliot en un jugador impoluto, sin duda hubiese tenido un
brillante futuro como deportista. Si somos honestos, pudiese haber disfrutado
de un brillante futuro en lo que quisiera.
Eliot era un muchacho brillante, de muy altas
notas, el mejor de su clase, con una muy buena relación con sus padres, también
con sus compañeros, no era el señor de los amigos, sin embargo sabía como
manejarse correctamente entre la gente. Su condición económica era favorable,
un abuelo que había trabajado duro y le había dejado una generosa herencia a su
hijo y sus nietos, a los cuales no tuvo la suerte de ver nacer. Un padre
emprendedor dueño de una empresa de dispositivos electrónicos de seguridad y
una madre generosa, organizada y trabajadora, que se enfocaba en sacarle el
mayor provecho a su trabajo como psicóloga de una empresa textil del pueblo en
el que vivían.
El pueblo donde yacía esta semilla del hijo pródigo era un
pequeño pueblito apartado en el desierto de Nevada, si bien los veranos eran
insufribles, la vida en la pequeña urbe de Grandlore era próspera y apacible.
Su familia se divertía en las vacaciones pasando semanas en Las Vegas o
viajando al estado de Florida, pues unos tíos de Eliot tenían una casa en
Tallahassee. Para el chico todo era ambrosía y por eso mismo no lo agobiaba
tanto el tener esas dudas profundas y obscuras que se abren como un abismo ante
los transeúntes de la vida…
Sin embargo, fue en unas vacaciones de verano
que decidieron quedarse en Grandlore para ahorrar y hacer una remodelación a la
casa que toda la vida de Eliot cambió, en cuestión de semanas le arrancaron
hasta lo más mínimo de su ser, rasgaron su alma hasta el fondo, tiñeron de rojo
sangre todos sus ropajes y casi logran hacer desaparecer su identidad,
intentando que olvidase el mundo y su nombre, sus nombres, los diez mil nombres
del mundo.
Todo cobró una atmósfera de misterio cuando
aparecieron los nuevos vecinos, una familia de porte siniestro, pero sin duda
con clase. Un hombre alto con una camisa remangada de color vino tinto entró
por la puerta de la casa de la lado seguido de una mujer esbelta de cabello
rubio ceñida en traje de seda negro. Ambos tenían la tez pálida y eran sobre
naturalmente atractivos, caminaban con la cabeza erguida y sacando el pecho,
como si demostrasen que caminaban por encima de los demás. Al poco rato que
desaparecieron los adultos se estacionó en la casa un elegantísimo Audi negro
que brillaba como una Onix recién pulida. De la puerta del conductor salió un
joven apuesto, de cabello corto y rubio, con lentes polarizados, unos vaqueros,
chaqueta de cuero negra y camiseta blanca, caminó hasta la puerta pisando firme
con unos Converse del mejor estilo. Se detuvo en la puerta y miró de nuevo al
auto. Gritó un fuerte “hey” e inmediatamente salió de la puerta trasera un niño
diríase de la misma edad de Eliot. De piel blanca como el marfil y cabello
negro como el ébano. Su estatura era baja, pero tenía el porte de todo un
señor, bien daba un terrible aire de intimidación mientras se dirigía casi que
en automático a donde estaba el muchacho de la chaqueta. El alto debía de ser
el hermano, los dos jóvenes solo le dieron una mirada fría e indiferente a
Eliot, cosa que lo hizo estremecerse de pies a cabeza, luego de eso, ambos
esperpentos desaparecieron detrás de la puerta de la casa, cerrando con un
portazo aquella mazmorra de los nuevos vecinos. Mas la situación iba de mal en
peor, pues su madre tenía la insana costumbre de hacer regalos bonitos por los
nuevos vecinos, así como ir a visitarlos (la familia entera) para conocerse y
entablar relaciones mucho más amistosas.
Los nuevos en el vecindario eran la
familia Ghoulswarm, venidos desde Inglaterra, la madre de Eliot quedó maravillada
pues parecían una familia perfecta.
La casa era toda pulcritud, vestidos
elegantemente sin importar la ocasión, rostros y cuerpos dignos de admiración
así como lujosos modales de misterio. Tenían la mesa ya preparada para un cena,
cuando la sorprendida madre de Eliot preguntó a que venía tanta maravilla, la mujer de la casa respondió que
habían investigado un poco antes de mudarse y sabían que la gente del país
tenía esta costumbre, por lo tanto se habían preparado para recibirlos de la
mejor manera como un gesto de agradecimiento hacia la consideración de sus
vecinos. Ese gesto superaba todos los niveles de perfección, Eliot no hacía más
que sospechar, no le agradaban nada, no sabía por qué razón, solo les
disgustaban, en especial el menor de todos.
El grupo completo se sentó a la mesa, la mujer
presentó a cada uno de los miembros de la nueva familia. Ella era Morganna, y
su esposo Asthon, su hijo mayor Frank y su hijo menor Belphon. Todos habían
vivido en Inglaterra, Liverpool, en un pequeño pueblo campestre, pero decidieron mudarse
por las oportunidades de un mejor trabajo. La excusa perfecta. Durante la cena
se pusieron a prueba los modales y la etiqueta de la familia Sibellin, pues si
no podían igualar la elegancia al comer de sus anfitriones quedarían en
ridículo. La mamá de Eliot lo regañó por estar mirando feo al menor de los
Ghoulswarm, a lo que el pequeño solo respondió que no era cierto, aun así
siguió mirando al otro infante con una mirada de incomodidad. Al final, Eliot
decidió romper el hielo y le preguntó a Belphon:
-¿Te gusta el Capitán Eón?- a lo que el joven
intrigado respondió.
-No se… ¿Qué es eso?-
-¡¿No sabes quién es el Capitán?!- preguntó
alarmado Eliot al saber que el chico no conocía al más importante héroe de
todos. –El Capitán Eón es súper fuerte y puede volar y ¡Su mejor poder es
cuando absorbe la energía que el mundo le brinda para lanzar un láser y acabar
con los villanos!- dijo entusiasmado el pequeño.
-¡Woooow! ¿En serio hace todo eso?- preguntó
asombrado Belphon.
-¡Todo eso y más! ¿El lunes luego del colegio
quieres venir a mi casa a jugar?- Las sospechas se le habían ido, una vez más
el Capitán Eón salvaba el día… o casi.
Los meses pasaron, la familia Sibellin se había
acostumbrado a sus nuevos vecinos y la presencia del hijo menor de estos en su
casa, pusieron al pequeño a estudiar en la misma primaria que Eliot así que se
veían muy a menudo. Pero algo raro seguía presente, luego del encuentro en casa
de los Ghoulswarm la alegría contundente de la madre de Eliot no era la misma,
ella se sentía como cansada más a menudo, como sin ganas de hacer nada, pero
hacía su mejor esfuerzo por seguir sonriendo cándida y feliz de cuidar a su
familia. A pesar de que Eliot pasaba mucho tiempo con Belphon, nunca parecieron
hacerse amigos cercanos, pues como cualquier niño pequeño, sentía celos.
Belphon lo superaba en todo, calificaciones, habilidades deportivas,
disciplina, incluso conocimientos, a menos de que se tratase del Capitán Eón,
lo que más le causó impacto a Eliot fue que las veces que invitó a su amigo a
jugar el videojuego del Capitán en su casa, ganó las primeras tres partidas,
pero luego, Belphon lo superó casi inmediatamente, las habilidades de juego era
impresionantes para un chico de 13 años.
Con los días la condición de la madre
de Eliot fue empeorando, cada vez sonreía menos, se sentía abrumada y deprimida
hasta el punto en el que cayó enferma, el estrés de tener a su esposa en cama,
las responsabilidades de la casa y la empresa solo hacían que la paciencia del
padre de Eliot fuese cada vez más escaza. La vida del joven solo fue
empeorando, sus notas descendieron debido a la depresión, así como su condición
física, justo en la etapa de crecimiento, las cenas con el papá eran
silenciosas pues reinaba la ansiedad, además la constante perfección de Belphon
no ayudaba en lo más mínimo, Eliot comenzó a padecer de pesadillas en las que
vagaba cubierto de sangre por un pueblo destrozado, y sobre el cielo se cernía
un enorme, lento y perezoso eclipse, que parecía no acabar nunca, entonces el
se detenía en la entrada de su casa y al abrirse la puerta caía en un enorme
abismo. Este mismo sueño acosó a Eliot noche tras noche, hasta que el día del
juicio, por fin llegó.
Las clases habían comenzado aburridas como
siempre, la profesora no dejaba de parlotear una y otra vez sobre ecuaciones,
saturado Eliot miró hacia la ventana y podía ver como una nube de tormenta se
cernía sobre el pueblo entero, solo pudo pensar que lo que venía era un
terrible llovizna. Durante el almuerzo se escuchaban comentarios lúgubres sobre
huracanes y casas destrozadas, mezclados con femeninos gritos marcados por el
compás de los truenos, nuestro joven pensaba que una lluvia torrencial sería lo
mejor para refrescar un poco todo lo sucedido estos últimos meses infernales,
pero lo anterior a ese día, solo era la calma…
Al regresar al salón la profesora retomó
materia sobre elementos de la literatura, “un tema interesante a discutir si tu
público no fuesen niños de trece” pensó cínicamente Eliot. Las chicas seguían
con sus comentarios de devastación y los chicos no paraban de gritar apostando
quién lograba ver un relámpago, la profesora comenzó a alzar la voz con el fin
de callarlos y el salón se volvió un escándalo, todo el ruido sacó de quicio a
Eliot y justo cuando se dispuso dar un grito a manera de ultimátum, se oyó un
enorme estruendo, como si un relámpago hubiese impactado directamente contra el
edificio. Todo se hizo silencio y la gente comenzó a preocuparse. La profesora
les dijo que mantuviesen la calma, que ella iría a revisar. La mujer salió por
la puerta y varios chicos se asomaron detrás de ella, mas no salieron del
salón, la vieron subir las escaleras, pues el impacto pareció provenir del piso
de arriba. Al poco rato la mujer volvió, con una horrible expresión en su
rostro, parecía haber contemplado la escena más horripilante. De pronto, todo
se llenó de una atmósfera de terror para todo el mundo, la profesora solo les
dijo que con calma y sin hacer escándalo se retiraran a sus hogares, que por
favor no preguntasen que sucedía, en la medida en que los alumnos iban
desalojando el salón Eliot comenzó a hacer recuento de lo sucedido, justo entonces
se escucharon las gotas de lluvia contra la ventana, era gotas del tamaño de un
pulgar de adulto y fue allí cuando se dio cuenta de que Belphon no estaba en el
salón ¿Había desalojado primero? No, él era de los de más atrás en el salón,
¿Era una clase dividida? ¡En que estaba pensando si era clase de literatura!
¡Belphon nunca estuvo en el salón! ¡Había faltado ese día!
Eliot tomó rápido sus cosas y se dispuso a
andar a paso veloz por los pasillos. La nube se había vuelto más densa y creaba
sombras profundas que parecían arremolinarse en cada cruce al final. Se volvió
a escuchar otro estruendo, esta vez más cerca. Ya no había nadie que detuviese
a Eliot, así que corrió para ver que sucedía, pero al llegar a lugar de los
hechos, no fue para nada grata su sorpresa, pues pudo ver diversos cadáveres,
todos desperdigados en el suelo del salón C-3, dando espasmos en los charcos de
sangre, como si todavía tuviesen impulsos eléctricos en su cuerpo. La imagen
casi lo hizo vomitar y comenzó a correr para salir del colegio. Lo agarró la
tormenta, golpeándolo fuerte en la cara, oyó otros estruendos y se volteó, vio
desde lejos, varios destellos en las ventanas de la escuela, el miedo lo
invadió… ¿Acaso él fue el único que salió de la escuela? ¡¿Qué demonios
sucedía?!
Siguió corriendo rumbo a su hogar y casi se
reconforta al ver una larga fila de patrullas de policía, se sentía aliviado de
que alguien respondieran tan rápido ante el caos, pero perdió esa esperanza
cuando vio como una patrulla se estacionaba frente a una casa, los policías
derribaban la puerta y luego de entrar solo se oían disparos. Mientras seguía
corriendo, casa tras casa era el mismo escenario, una patrulla se detenía,
tumbaban la puerta y masacraban a todos los que estaban adentro. La lluvia se
hacía más reacia mientras corría y al voltear atrás parecía como si una enorme
sombra le estuviese pisando los talones, pues detrás de él la nube negra solo
se hacía más densa. Al ver su casa en la distancia maldijo que su pueblo
quedase en la desgraciada mitad de la nada y que ningún ser vivo en kilómetros
se fuese a enterar de lo que sucedía. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus
ojos mientras se acercaba a la puerta de su hogar, esto le resultaba
extrañamente familiar y a la vez completamente trastornado, que se diera una
masacre en un pueblo pequeño en medio de la nada, con una inmensa nube negra
dejando caer gotas de malos augurios, ahogando los gritos desesperados y los
disparos inclementes, todo era demasiado… perfecto… allí se dio cuenta de toda
la desgracia, se puso a hacer recuento de nuevo, ¿Cuál era la ocupación de la
madre de Belphon? Era Bióloga ¿No? Especializada en cánceres y enfermedades a
nivel celular, como la de su madre… Imposible… El padre… ¿En qué trabajaba el
padre? Era investigador y abogado en materia penal, recientemente había
recibido un cargo importante… en la policía del pueblo… No era cierto… ¿A qué
se dedicaba el hermano? Estaba estudiando algo científico, ¿Para qué? No lo
recordaba… Solo podía recuperar una memoria que colocaba al universitario
sentado leyendo un libro sobre Tesla y el poder de la electricidad… tenía que
ser mentira, no era posible, simplemente no podía ser, para que tanto absurdo
tuviese lugar tenía que haber algo sobrenatural detrás de todo ello, pero ellos
eran una familia cualquiera, no, ¿Cuándo comenzó a pensar así? Al entablar
relación cercana con el niño, ellos no eran normales, ¿Qué había sucedido que
le diese tanta pereza de sospechar e investigar?
Eliot alcanzó la puerta de su casa, a toda
prisa, se dispuso a abrirla, un fuerte grito llamando a su madre salía de su
garganta cuando de pronto sitió un poderoso golpe en la nuca, perdió el
equilibrio y mientras sostenía el pomo de la puerta entreabierta solo podía
verse caer en un enorme abismo negro.
Le dolía con fuerza la cabeza, además comenzaba
a sentir un calor abrazador, así como los impactos de gotas de agua sobre su
piel, seguía lloviendo, pero hacía un calor insufrible, incluso el agua ardía
al contacto.
Poco a poco Eliot fue recobrando el
conocimiento, distinguió unas gradas, varias porterías apiladas a un lado, aros
de básquet… estaba en el gimnasio de la escuela, allí se activaron sus
instintos, sus recuerdos no lo recapitulaban en un final en el gimnasio ¿Cómo
había llegado allí? Pensaba angustiado sobre las condiciones en las que se
encontraba mientras su vista se aclaraba poco a poco, hasta divisar una pila de
cuerpos ensangrentados, unos sobre otros como una pira en el centro de la
cancha. Él estaba amarrado a la base de uno de los aros, posicionado para tener
la mejor vista, de los cadáveres de sus compañeros y profesores, comenzó a
notar otras cosas extrañas, como el hecho de que el lugar estaba completamente
derruido, como si el tiempo lo hubiese devorado, todos los metales oxidados y
rotos, los vidrios hechos añicos y todos los balones desinflados o destruidos.
Se dio cuenta de todos esos detalles, así como de las cuatro personas que
yacían de pie sobre la pila de cuerpos. Sus nervios se paralizaron, la sangre
corría en violentos torrentes por su cuerpo, quería correr, quería matar,
quería llorar, pero sobre todo, quería vivir, porque su cuerpo se lo decía,
estaba en una situación contra la espada y la pared. Uno de los individuos
utilizó uno de los cuerpos para deslizarse sobre las demás masas de carne
inertes, hasta llegar a donde estaba Eliot, era una criatura de estatura baja,
con facciones únicas, la tez casi gris y el pelo negro como el ébano, pero los
ojos eran lo más intrigante y lo más siniestro eran esos ojos dorados, la
mezcla intensa entre verde y ámbar.
-Hola… ¡Bienvenido al infierno! ¡Soy Belphegor,
el príncipe de la pereza! Pero puedes llamarme… Belphon… si te apetece…- Fue lo
único que dijo.
Eliot estaba atónito, pero en una parte de él
se sentía como si todo el tiempo lo hubiese sabido, las lágrimas le corrían
raudas por las mejillas, mientras el demoníaco niño se le acercaba, Eliot
miraba para todas partes preguntándose por sus padres, estaba a decidido a no
decir nada, porque sabía que al hacerlo solo estimularía a esos horrendos seres
a llegar más lejos.
-¿Te preguntas por tus padres…?- inquirió el
demonio. –Pueden traerlos, será más divertido si los ponemos de nervios un
poco- ordenó súbitamente.
Al momento, otro demonio alto de una contextura
física envidiable, con la piel negra como el carbón, cuernos curvos que medían
como un metro y los ojos llameantes como brasas trajo arrastrada a la madre de
Eliot por las greñas y la colocó frente a él, luego busco al padre, a quien
arrojó desde donde estaba hasta que quedó frente a su hijo.
-Eliot, por favor escucha… todo estará bien…
sin importar que nos pase, solo haz lo que digan, te quieren vivo de eso estoy
segura…- dijo la madre con voz temblorosa, debilitada por el padecer de su
enfermedad. El padre solo se arrastró como pudo hasta quedar de rodillas frente
a su hijo, protegiéndolo con su cuerpo como una muralla.
-¡Asquerosa mujer enferma y harapienta!
¡Astaroth! ¡Ponla en su sitio!- ordeno Belphegor luego de lo dicho por la madre
atemorizada.
Eliot no podía ver por la presencia de su
padre, pero podía escuchar a perfección las suplicas de piedad y los gritos de
dolor de su progenitora, mientras que la bestia negra y gigante, le daba
patadas yaciendo ella indefensa en el suelo.
-¡Papá! ¡Haz algo!- le gritaba Eliot con
fuerza, aterrorizado por la escena pero luego al contemplar el rostro de su padre,
pudo verlo lleno de tristeza, conteniendo los lamentos y las lágrimas como
podía.
Eliot miró hacia todos lados para ver que podía
hacer y entonces se dio cuenta que los brazos de su padre estaban rotos y en
posiciones imposibles, pero no estaban más rotos que su amor y su orgullo.
Entonces, fue allí cuando algo despertó dentro
de Eliot, un odio inconmensurable que ardía como caldera dentro de él y lo hizo
gritar con fuerza, cada vez más fuerte, haciendo que el suelo se sacudiese.
-¡Ja! ¡Las Morias tenían razón! Este chico es
único y especial ¡Eso así! ¡Odia! ¡Desprecia! ¡Maldícenos hoy y siempre!
¡Maldice a Dios que dejo que esto sucediese! ¡Maldice tu destino que te trajo a
ciegas aquí!- gritaba Belphegor con una sonrisa de oreja a oreja.
Justo cuando todo se hacía crítico y Eliot
sentía que el calor de ese mismo infierno no era nada comparado con su fuego
interno, sintió rozarle la piel una brisa silenciosa, grácil y que dejaba una
sensación de ansiedad.
De pronto todo se hizo silencio, la lluvia dejó
de caer, la temperatura ya no se elevaba, ni decaía, estaba quieta, las voces
no se escuchaban y fue allí que un viento raudo atravesó el destrozado recinto
en un segundo, luego de ello, la mitad superior del gimnasio y algunos cuerpos
que estaban en la sima de los apilados volaron lejos dejando el lugar sin
techo, separados por un corte longitudinal, limpio y perfecto. La lluvia volvió
a caer y el sonido regresó, solo que ahora había una enorme sombra lúgubre
detrás de Eliot.
-Maldita sea ¡Un dios!- gritó Belphegor. -¡No
se lo van a llevar! ¡Estamos muy cerca!- anunció con todo pulmón a la deidad
que había irrumpido en el recinto.
La bestia estuvo a centímetros de lo que
parecía la cabeza de la enorme sombra cuando con una inmensa guadaña casi corta
a Belphegor en dos. El demonio respondió rápido y se apartó, pero la camisa que
llevaba puesta, la del uniforme de la academia de Eliot, se había vuelto añicos
con un enorme rasgón que la cruzaba entera diagonalmente. El joven volteó para
contemplar con ojos atemorizados al dios que parecía haber venido a ayudarlos.
La gigantesca sombra se abalanzó sobre Belphegor y el otro demonio que lo
acompañaba, lanzándoles cortes a diestra y siniestra, parecía sin dirección
pero todos pasaban muy cerca de la yugular o de las arterias renales.
-¡Los desprecio! ¡No te creas con mucha suerte
criatura maldita! ¡Este es solo es el comienzo de un sueño, que se convertirá
en la más grande pesadilla!- gritó la bestia antes de salir volando lejos con
el otro demonio y los otros dos miembros de aquella infernal familia.
Eliot, solo contemplaba atónito la escena, pero
ya comenzaba a pegarle la baja de adrenalina, la cabeza le daba vueltas, el
calor lo abrumaba, tenía una sed terrible, y los recuerdos esporádicos de todo
lo sucedido solo lo confundían y aterrorizaban como diciéndole a su cerebro que
se apagase. En sus últimos momentos de consciencia solo pudo oír unas leves
palabras “No… desfa…cas…” fue todo lo que escuchó y luego sintió un líquido
colarse por su garganta. Fue allí que Eliot…
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